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Un pibe humilde y con los pies sobre la tierra

La selección argentina de futsal cayó por 2 a 1 frente a Portugal en una final apasionante. Con el suspenso constante y el remate en el palo en el segundo final, los dirigidos por Matias Lucuix lo dejaron todo y volvieron a dejar al fútbol de sala nacional en lo más alto.
El mundial de futsal, que fue reprogramado por consecuencia de la pandemia, se disputó desde el 12 de septiembre al 4 de octubre en Lituania. Constantino “Kiki” Vaporaki y sus compañeros volvieron a mostrar solidez en el juego como en aquel mundial de Colombia 2016 donde se consagraron campeón. Pese al buen papel de la albiceleste, no pudieron contra la selección lusa, quienes son campeones por primera vez en su historia.

Por Yanina Núñez, en el Nº 13 de Fronteras

Constantino “Kiki” Vaporaki es un juga­dor de futsal por tiempo completo. Además de sus compromisos con el Club Boca Ju­niors, con la Selección, en su tiempo libre sigue apegado al futsal: da clases, dirige su propio centro de futsal con su hermano y se conecta con su segunda pasión, la música.

Después de un intenso entrenamiento den­tro del Polideportivo Benito Quinquela Martín frente a la Bombonera, Constantino o como sus más cercanos lo llaman “Kiki” Vaporaki me hace seña para dar inicio con la entre­vista. Mientras él se acomoda los auricula­res sentado sobre un cajón de madera, en una de las esquinas de la cancha con piso de parquet que tiene las instalaciones del Club Boca Juniors, sus compañeros elongan a pocos metros y se empiezan a montar las redes de vóley sobre la cancha de futsal.

Kiki Vaporaki es oriundo de Ushuaia, Tierra del Fuego. Comenzó con el futsal a los 4 años. Debido a las bajas temperaturas, en el sur es muy común practicar los deportes en lugares cerrados. “Empecé jugando futsal en Ushuaia, soy nacido y criado allá, hasta los 18 años estuve en mi ciudad”. Kiki termi­nó el colegio en Ushuaia y a los 18 decidió viajar a Buenos Aires en búsqueda de nue­vos desafíos. Para ese entonces su hermano Alamiro, que vivía en Buenos Aires y jugaba en el Club Boca Juniors, lo ayudó a ingresar. “Cuando llegué ya vine directamente a Boca, lo que no es fácil, y bueno ahí empecé mi camino en el futsal en Buenos Aires”.

En sus comienzos en el futsal de Ushuaia, Kiki empezó como arquero. Desde chico sa­bía que su posición no era el arco, recuerda que le pedía a su familia que estuvieran de­trás del arco para animarlo a quedarse ya que su tendencia era salir a jugar.
“Creo que la característica más buena que tengo es que estoy todo el tiempo apren­diendo, intento agregar nuevas técnicas a mi juego, creo que hago un juego bastan­te inteligente, si me quedaba con el chico que era en Ushuaia que sólo gambeteaba, me hubiese quedado en el camino; creo que esa capacidad de aprendizaje es lo que me define como jugador”, dice con una sonrisa en su rostro.

Kiki tiene además de Alamiro -el del medio- a Walter, el mayor de los hermanos. Pero con el que más compartió vivencias y tuvo más experiencia fue con Alamiro con quien tiene el “Centro de Futsal Vaporaki” desde 2017. Hoy cuentan con casi 100 alumnos entre hombres y mujeres: en el caso del fe­menino debutaron este año pandémico en la segunda división de la liga profesional de AFA (Asociación de Fútbol Argentino).
“Siempre fuimos muy unidos los tres, cuan­do hay que hablar cosas importantes las ha­blamos entre los tres y Walter me aconseja, me acompaña”. “Pero con el que viví más en el día a día fue con Alamiro que de hecho convivimos años y compartimos años de clu­bes, de Selección y lo vi en momentos bue­nos y malos. Siempre fue un ejemplo porque a veces cuando estás en las buenas o en las partes más lindas de tu carrera la gente sue­le confundirse, suele comportarse mal y él siempre me marcó un camino de respeto y de valorizar lo que conseguí”, comenta con su particular tono del sur de Argentina.

El futsal en Argentina, que tuvo su primera liga oficial en 1986, está en constante creci­miento. Pese a los avances, Kiki se muestra apenado por la situación que atraviesa hoy el país que no acompaña en el crecimiento de esta disciplina como en otras.
“Creo que veníamos creciendo, pero hoy los clubes, no solo en el futsal, en todos los deportes, veo que las instituciones están con problemas económicos”, pese a esto, se muestra positivo por los avances con­seguidos en el futsal. “Nuestro deporte en particular creo que sigue creciendo porque lo bueno que tenemos es que cada vez más chicos quieren practicar esta actividad, los clubes tienen cada vez más caudal de chicos que quieren ser jugadores de futsal y que se abren cada vez más ligas y los equipos grandes también se abren a fichar jugadores para otras ligas entonces en ese sentido creo que crece, nos falta las estructuras, nos falta salir al interior”.

Luego de consagrarse campeón del mundo con el seleccionado argentino, Kiki sien­te, donde va, el reconocimiento de la gen­te. “Antes no pasaba, nos veían con ropa de selección o de Boca que decía futsal y te preguntaban ¿qué es el futsal? después del mundial, sobre todo que se vio en te­levisión abierta para todo el país, ya decís futsal y ya saben de qué se trata, muchos saben que salimos campeones del mundo”. Después de esa consagración, la liga AFA de futsal comenzó a ser televisada por TNT Sports. “Ahora muchos chicos nos ven como ejemplos o como ídolos y quieren ser juga­dores de futsal. Como embajador de la disci­plina, Kiki se siente orgulloso de ser parte de esta transición y de ver que muchos chicos aprenden de este deporte. Además, cuen­ta cómo convive con la popularidad que el mundial de 2016 le dio. “Es un aprendizaje constante, es verdad que la gente nos re­conoce más, y tenés que hacerte responsa­ble de eso que generaste o que generamos, porque la gente y sobre todo los chicos nos ven, entonces cualquier cosa que hagas sos un espejo para ellos”.

De cara al próximo mundial de futsal a disputarse en Lituania 2021, la selección argentina que tuvo cambio de DT y en su plantel de jugadores, se prepara para defender, con igual intensidad, el título conseguido en Colombia 2016.
“El estilo del entrenador es similar, se sigue viendo un equipo que presiona arriba, que quiere ser protagonista, que quiere tener la pelota, que juega, que intenta”, y agrega “también estamos en transición de algunos jugadores que dejaron de jugar o que ya no están con edad para estar en el próximo mundial y se viene una camada de chicos muy buenos”.

Luego de ganarle a Barcelona en una semifi­nal soñada, Boca disputó la final del mundial de clubes de 2019 contra Magnus Futsal, el último campeón. “El partido más importante porque a pesar de que le habíamos ganado a Barcelona teníamos la final por delante y hubo que tratar de manejar un poco esa an­siedad. Era un partido que queríamos ganar, pero nos faltó, fuimos a penales y no lo pu­dimos conseguir, pero es un momento que quedará en la memoria de todos”, recuerda con gratitud.

Además del futsal, Kiki usa su tiempo libre para conectarse con su segunda pasión, la música. “Cuando era chico estudié música. Mi viejo me llevó, medio que me arrastró y fui a mi primera clase de piano y no quise faltar nunca más y estudié unos años”. Agrega: “des­pués dejé la parte de estudio, pero siempre seguí pegado a la guitarra y al piano y hoy es un hobby que me encanta y la verdad que le dedico tiempo en mi casa, con mis amigos y lo disfruto”.

Kiki es un pibe humilde y con los pies so­bre la tierra. Son sabidas sus habilidades en el futsal y hoy es uno de los jugadores más importantes de Argentina. Ha pasado por varios entrenadores y se ha nutrido de cada experiencia que tuvo en su vida. Le gustaría ser recordado “como un jugador apasionado, que superó sus límites, que vino de un lugar muy lejano con dificultades, que dejó mucho para cumplir sus sueños. Como un jugador que hizo su camino a base de esfuerzo, de entrenamiento, de aprendizaje y que tuvo la suerte de conseguir cosas importantes.”

Hard Rock Café: ícono de la globalización

La cadena de restaurantes que le rinde culto al Rock atravesó cambios en la historia que la ayudaron a definir su identidad. Con sucursales en Argentina, la franquicia inauguró un nuevo local en el barrio más caro de Latinoamérica.

Por Virginia Gallego y Caroline Keller, en el Nº 11 de Fronteras

El primer Hard Rock Café de Sudamérica abrió sus puertas en octubre de 1995, dos años después de la inauguración del shopping Buenos Aires Design. En ese predio, ubicado junto al cementerio de la Recoleta, funcionaba un asilo de ancianos hasta que la entonces Municipalidad de Buenos Aires decidió construir el Centro Cultural Recoleta y un espacio para oficinas, junto a una concesión para gestionar por veinte años el primer shopping especializado en diseño y decoración. Ese contrato venció en 2013 y decidieron renovarlo por cinco años más.
El plazo se venció de nuevo en noviembre de 2018. “Nos decían que las negociaciones [para que el shopping siga abierto] avanzaban, pero, de un día para el otro, no hubo más arreglo; un viernes por lo visto se pudrió todo y el lunes nos enteramos que el sábado teníamos que cerrar”, explicó Adriana de Angelis, gerenta del Hard Rock, a la agencia de noticias Télam. El viernes previo al cierre pautado, 120 trabajadores asistieron a una manifestación autoconvocada en la que cortaron la avenida Libertador. La consecuencia de dicha protesta devino en que Diego Santilli, vicejefe de gobierno porteño, determinara ceder a la Asociación de Hoteles, Restaurantes, Confiterías Y Cafés (AHRCC) y la Cámara de Empresarios Madereros y Afines (CEMA) un permiso provisorio por un año para administrar el Buenos Aires Design y evitar el cierre temporal de los comercios que allí funcionan. Aun así, desde el mítico local saben que sus días en Recoleta están contados.
De Angelis -que también administra la sucursal de Aeroparque- aseguró en 2018 que tiene “la aprobación de Hard Rock Internacional para abrir otro local en Puerto Madero”, pero que la mudanza no será rápida porque “un Hard Rock no se abre de un día para el otro”. Dicho local terminó por abrir sus puertas a fines de julio de 2019 y se convirtió junto a las de Ezeiza y Aeroparque en la cuarta sucursal de la marca en Buenos Aires.
Un conflicto similar ocurrió en 2016, cuando estaba en tratativas la apertura de un nuevo eslabón de esta cadena en Ushuaia en donde el vicegobernador, Juan Carlos Arcando, participó de la inauguración oficial del primer Hard Rock Café en esa provincia y afirmó: “Es un deber del Gobierno alentar los nuevos emprendimientos en la provincia, en esta oportunidad el Hard Rock Café, porque generan puestos de trabajo para los fueguinos y este, por su dimensión edilicia, está entre los tres más grandes del mundo, por lo que es una satisfacción poder tener esta marca en Ushuaia. Quiero resaltar que la persona que invirtió en este emprendimiento gastronómico, no ha venido de afuera, es un vecino radicado en nuestra provincia desde hace muchos años”, valoró también el vicegobernador.

El Hard Rock Café es una franquicia que surge en Londres en el barrio Mayfair, cerca del famoso Hyde Park durante la década del 70 cuando los creadores, Isaac Tigrett y Peter Morton, de origen estadounidense innovaron el concepto de comer. Por eso, el Hard Rock Café está lejos de ser un pub, o un restaurante de comida rápida. Es una experiencia musical. Su esencia como la conocemos hoy comenzó a establecerse cerca de 1979 cuando sus propietarios tuvieron la idea de convertir las paredes del establecimiento en un museo del rock & roll. Su primera pieza del museo fue una Red Fender Lead II, una guitarra de Eric Clapton.
La segunda sucursal abierta fue la de Toronto, Canadá, y en 1982, luego de disputas internas entre los dueños, juicios y división de la empresa entre los mismos, comienza la etapa de expansión global de la marca. No es casual que el restaurant multinacional con 124 establecimientos en todo el mundo, haya llegado al país durante el menemismo, con el dólar y el peso en el famoso “uno a uno” para establecerse en una de las zonas costosas del centro porteño, Av. Pueyrredón 2501, Recoleta, a metros del emblemático cementerio. Ahí es cuando en el 95’ abre las puertas el Hard Rock en Buenos Aires que sería inaugural no sólo para Argentina sino también pionero en toda América Latina.
En la actualidad la cadena de restaurantes cuenta con más de 80.000 ítems provenientes de la cultura rocanrolera y cada uno cuenta su parte en la historia de cómo evolucionó este género musical. Los dueños entendieron el flujo del momento, bandas como los Rolling Stones, Led Zepplin y Deep Purple consolidaron el estilo del Hard Rock. Por lo tanto, nombrar a su negocio Hard Rock Café fue atractivo. Organizaron recitales y pronto para los artistas era una obligación dar shows en 150 Old Park, Mayfair, como así dejar sus objetos personales para ser exhibidos. La lógica de museo para esta cadena surge en 1974 cuando Eric Clapton, famoso guitarrista, compositor y cantante de rock y blues británico, además de fan entusiasta del único Hard Rock Café que había por aquellos tiempos, le pide a Isaac Tigrett que cuelgue su guitarra sobre su silla favorita de la barra para marcar “su lugar”. Tan sólo una semana más tarde Isaac recibiría un paquete que incluía una nota que decía: “La mía es tan buena como la de él. Saludos, Pete”. Esta vez se trataba de la guitarra de Peter Townshend, guitarrista del renombrado grupo The Who.

¿Hard Rock? ¿Café?
El hard rock, traducido de forma literal del inglés como rock duro, es un subgénero vagamente definido de la música de rock, surgido a mediados de los 60’ a partir de los movimientos del garage, el blues y el rock psicodélico. Se caracteriza por el uso de letras agresivas con guitarras eléctricas distorsionadas, un bajo, batería, y en ocasiones teclados. A su nacimiento, en una primera época, asistieron bandas como los Rolling Stones, The Beatles y The Who, mientras que cuando se consolida en los 70’ la música se vuelve más pesada con Black Sabbath y Led Zeppelin.
En la actualidad, la cadena empresarial homónima de este subgénero musical, posee como parte de su museo prendas, instrumentos y pertenencias de los artistas considerados parte de la música y cultura hard rock, además de un vestido de Shakira, la campera roja que usó Michael Jackson en Beat It, o el vestido de novia que usó Madonna, la reina del pop, en su videoclip Like A Virgin.
La marca ha recibido críticas por la pérdida de su espíritu para pasar a convertirse en una cadena comercial. Se han desechado unos videoclips en pos de otros, y hoy se ha vuelto más fácil encontrar un video de artistas pop modernos que de rock clásico.
Si bien la cadena sigue con su apuesta por la música en general con presentaciones de bandas independientes en sus locales en particular, la exclusividad del subgénero hard rock, no es más que un atractivo nombre que dista de lo que promueven.
Por otro lado, también está la cuestión del menú. El Hard Rock cuenta con una visualización de los productos que ofrecen desde su página web y en cuanto a opciones alimenticias el repertorio es variado ya que cuenta con alternativas veganas, vegetarianas e incluso infantiles.
Pensado desde el inicio en el imaginario de sus fundadores como un anhelo de local de comida rápida que pudiera proveer una hamburguesa estadounidense para todos los londinenses, es incluso hasta el presente que el Hard Rock Café no posee una carta con infusiones calientes. Poseen variedades de hamburguesas, postres, malteadas y bebidas alcohólicas, pero ni un solo café.
Esta franquicia, que cuenta con establecimientos en 63 países, es una huella más del imperialismo comercial estadounidense con valor de exportación en la que se puede comprar merchandising con el nombre de su propia marca porque sólo con su logo logran vender la ilusión del Hard Rock Café, que en la práctica no es tan hard rock y ni siquiera venden café.

La experiencia del hard rock

¿El Hard Rock Café es un referente internacional del rock o es un mero atractivo para turistas? Para cenar en el Hard Rock Café, hay que ir con tiempo. Es común hacer fila por 45 minutos antes de poder ser ubicado en una mesa y luego esperar otra vez un largo periodo hasta ser atendido. Los restaurantes suelen parecerse, comparten estética en cuanto a que son lugares oscuros a la luz azul de los televisores que se unen (hasta 16) para formar una pantalla inmensa. No se ve el color ni el material de las paredes ya que exhiben las reliquias del rock y conforman el atractivo principal del lugar. Durante el día la música es fuerte lo que puede dificultar una conversación y de noche, por lo general, hay bandas independientes que tocan su música en vivo. Pueden ser bandas locales invitadas o la Hard Rock Café House Band, la propia banda del restaurante que hace covers de los grandes hits del rock clásico. En cuanto a la comida, en el Hard Rock Café Buenos Aires, es costosa con precios a partir de $600-1200 para los platos clásicos- la bebida aparte- . Más que un Café, un bodegón o casa de comidas, es un museo y con frecuencia se encuentra en la lista de actividades turísticas para ver en una ciudad. Las remeras blancas con el logo y el nombre de la ciudad son populares y prueba de haber ido de vacaciones como un souvenir.

Tomar las riendas de la vida

Rosalía Fuentes nunca fue delegada pero siempre abogó por todos. Como trabajadora lucha por sus derechos. Como madre cuida con amor a sus hijos. Como mujer se hace respetar. En los momentos de adversidad, siempre es su valentía la que le permite avanzar. Una antigua operaria de La Bernalesa dispuesta a contar su historia.

Por Florencia Sosa, en el Nº 10 de Fronteras

“Pasaba algo y todos gritaban y se quejaban: -Pero no puede ser que el supervisor esto, que lo otro. Bueno sí, vamos a juntarnos y vamos a hablar. Cuando nos juntábamos para hablar estaban dos pasos atrás y yo adelante”, dice Rosalía, mientras muestra sus dientes y larga una carcajada que interpela. Su rostro fresco, su mirada transparente y su cabellera blanca brillan a la luz del sol durante la hora de la siesta. De fondo, un bastidor de madera triangular sobre dos sillones, donde aún la dueña de casa teje bufandas que le encargan. Se muestra inquieta pero no se achica, por el contrario, se vuelve hipnótica: habla para que la escuchen. Tiene buen sentido del humor que lo aprovecha para reír en cada anécdota que cuenta, aunque esta no sea alegre. En épocas de la dictadura, Rosalía trabajó en una de las fábricas textiles claves de América Latina: la Bernalesa. La empresa fue intervenida por el coronel Lauría quien dejó de pagarle los sueldos a los trabajadores, motivo por el cual hicieron un paro. En esas circunstancias, Rosalía se enfrentó a un militar: “Estaban ahí apuntándonos ¿con qué necesidad? Hasta que un coronel o un sargento, no sé bien, dijo: ‘Ustedes tienen que trabajar por amor a la patria’. Y yo, revolucionaria como siempre le respondí: Perdón querido, lo podés hacer porque elegiste tu carrera. A mi hijo no le puedo decir: ‘hoy no comas por amor a la patria’. ¿Le harías eso a tu hijo? ¿A tu hijo le falta comida? No, entonces acá queremos al coronel Lauría que venga y nos pague, si en una hora no nos vienen a pagar, seguimos de paro”. -“Háganlo por la patria”, ¡dejáte de joder!, exclama indignada.
Rosa, como la llaman todos, nació en Bernal y se crió en Quilmes Oeste con sus hermanos y su padre. Su madre los abandonó cuando tenía tan sólo 2 años pero ella no le guarda rencor, porque no se siente capaz de “enjuiciar a nadie”. Dice que al ser la más chica de la familia siempre fue mimada y a pesar de todo, tuvo una niñez feliz. Desde los 10 hasta los 15 años acudió al colegio pupilo “El Buen Pastor” que quedaba en Caballito. Era un colegio pago donde le enseñaban de todo: un mes limpiaba pisos, otro mes aprendía cocina, al siguiente le hacían planchar todos los hábitos de las monjas y así sucesivamente, durante toda la estancia.

CASI MONJA Y ENFERMERA
De tanto estar con las monjas, quiso ser una de ellas y entró en la Comunidad La Exaltación de la Cruz pero duró poco. ¿El motivo?: su carácter. “Si me dicen que esto es blanco y lo veo negro y es negro, te lo discutiré de acá a La Quiaca. Si me decís esto es gris y digo que es blanco y es gris, te voy a decir: -Sí, perdoná, es gris. Pero la monja me vino a discutir que yo no había limpiado el piso y yo lo había baldeado y lo había fregado y ella decía que
– Y ¡que sí! – ¡Que no! – ¡Que sí! – ¡Que no! Hasta que me cansé, tomé mis valijitas y me volví a mi casa”. “Soy de riendas tomar, ¿viste?”, dice con una sonrisa que emana seguridad. Años después le dijo a su papá que quería estudiar enfermería. Y por contactos con el colegio pupilo llegó al hospital Freyre de Rosario, donde la aceptaron a pesar de no haber terminado el secundario. Le fue bien con las pruebas teóricas pero el último día se llevó el susto de su vida. “Para el último examen te llevaban a donde incineran los cuerpos; hasta ahí, joya. Bueno, explicaron que pondrían los cuerpos en el fuego en un horno grande y dijeron: ‘No se asusten sentirán una especie de grito pero no son gritos, son nervios que se contraen y hacen ese ruido’. Pero cuando empezó todo: plum plum plum, nos desmayamos todas. Y dije ‘no’. Cacé mis valijitas, tomé el tren y aparecí en casa. Dije nunca más, y sin embargo, con el tiempo cuidé enfermos, hice de enfermera y se me murieron en los brazos”.

SIEMPRE TRABAJADORA
Rosa trabaja desde los 17 años. “Papá no quería que las mujeres trabajáramos y como yo era la más chica, le decía a papá: -Voy a ir a Quilmes a ver vidrieras a la calle Rivadavia (que hoy es peatonal). -Bueno hija, me respondía. ¿Y yo que hacía? Iba y levantaba suscripciones del diario Enfoque, me daban $10 durante el día por las suscripciones. Hasta que descubrió papá que me iba a trabajar. Y dijo: -Esta hija me salió rebelde, andá a trabajar si querés trabajar. Y así siempre trabajé”.
Rosa es curiosa. Cuando quiere algo le presta atención hasta que aprende cómo funciona y lo consigue. De esta forma, cada vez que entraba a un nuevo trabajo lo hacía con el menor cargo pero con el tiempo adquiría un puesto de mayor jerarquía. Durante su vida se desempeñó como cocinera en un restaurante, cuidó enfermos y limpió casas de familias, en una clínica psiquiátrica y en fábricas de producción de plástico y textil.

―Rosa,  ¿cuándo  entró  a  trabajar  en La Bernalesa?
―En Bernalesa entré en 1977, el 15 de noviembre, en la época de la dictadura. Nunca había trabajado en fábrica y si no tenías experiencia, no te tomaban. Encima mi estatura. Fui a Terrabusi y a Bagley y me rebotaron por eso. Después mi hermano se había quedado sin trabajo y le dije: “Vamos, que están tomando en Alpargatas”. Él entró y yo no. Hasta que un día le digo a una amiga mía: “Che, decile a tu novio que me haga entrar a Bernalesa, que me ponga un numerito, quiero tener un sueldo”. Me mandó el legajo para llenar. “¿Cuánto mide tu amiga?” “1,56 m”. “Bueno ponele 1,58”. Y ahí entré y me pusieron a barrer, porque en las fábricas, cuando entrabas, los primeros tres meses teníamos que barrer toda la sesión. La sesión era el lugar donde se hacían las cosas, era un galponazo.
-A los tres días de haber entrado, ¡paro!
Viene la supervisora y me dice: “Señora Fuentes, no pare, eh, porque usted es nueva”. Luego pasaron los delegados y me dicen: “Usted tiene que parar, eh”. Y la cosa es que yo paré, dije “esta (la supervisora) está loca, no llego a parar, me matan”. Porque antes era así, te agarraban y te fajaban porque eras un carnero. Carnero es el que trabaja cuando los otros paran. Porque ahí en la jerga es quién es más valiente que el otro, y a mí no me busquen, porque…Termina lo que quiere decir y sostiene una mirada  desafiante  y  cómplice.  Pero  para darse a entender añade: “Está bien reclamar por lo que uno necesita y por lo que le corresponde, no por lo que no le corresponde. Hoy si tuviera que vivir de mi jubilación sola, me muero de hambre. No me alcanza para nada, son $6900, porque me descuentan la moratoria de 10 años que no me aportaron.”

Entre  sus  recuerdos  de  La  Bernalesa,  Rosa  conserva  los  recibos  de sueldo. Allí aparece el ítem “premio por  asistencia”.  Le  preguntamos: ¿Eran muy exigentes?
-Un minuto no pasaba nada, hasta diez minutos tarde la primera vez, podías entrar y no perdías el premio. Ahora, la siguiente vez que faltabas, si era medio segundo, perdías toda la asistencia. Y era plata, si sumabas el premio a la asistencia, el premio a la producción, todo eso sumaba al jornal diario que pagaban por hora. Así que lo cuidábamos. Y las mujeres trabajábamos de 6 a 14 y de 14 a 22, una semana de mañana y otra semana de noche. Después, si vos querías hacer horas extras también te pagaban. Cuando entrabas de mañana, entrabas a las 6 hasta las 18 y si no a las 10 hasta las 22. Era de trabajar, no de irte a tomar un cafecito. Y a la mañana tenías la media hora para ir al vestuario, tomar un mate cocido o lo que llevabas, el sanguchito; o fumabas un cigarrillo, si fumabas. Después seguías con la tarea hasta que tocaba la sirena y recién ahí te podías ir a cambiar a las 14. Cuando trabajabas las 12 horas hacías igual pero a las 16 te dejaban tomar algo unos diez minutos.

―¿Cómo  fue  ser  madre  mientras trabajaba?
―Las nenas estaban horas en la guardería y yo podía ir a verlas cada 2 horas porque daban ese permiso pero tampoco podías abusar. Aparte, cada vez que me veía la más chiquita, cuando volvía de nuevo a la sesión de mi trabajo, ella se quedaba llorando. Entonces trataba de no estar tanto tiempo. Patricia era bebé, ella nació con cinco meses de embarazo en 1979. Cuando me reintegré a trabajar ella estuvo en la guardería hasta los 6 meses. Y Romina tenía 4 años, eran chiquitas. Romina decía: “A mí me gusta entrar de noche, a la madrugada”. Porque yo salía a las 4 de mi casa con ellas ya que 5 y 10 pasaba por Calchaquí y Triunvirato (Quilmes Oeste) un micro que nos llevaba directo a la fábrica (Bernal). Si lo perdía, tenía que tomarme el 257 que me dejaba en Rodolfo López y Martín Rodríguez, y caminar con las nenas siete cuadras, y ya llegaba tarde.

―¿Quiénes las cuidaban?
―Ahí las cuidaban niñeras, maestras jardineras, enfermeras, médicos. Entrabas y le tomaban  la  fiebre  y  las  revisaban  todos  los días. Si tenía una línea de fiebre te mandaban a tu casa y no perdías la asistencia, ni el presentismo ni nada, porque te mandaba el médico. Más de 50 chicos, que venían desde los 45 días hasta los 5 años que empezaban la primaria.

―¿Había muchas mujeres?
―Éramos un montón de mujeres en La Bernalesa. Era una ciudad, era como cuando ibas a Tecnópolis en el tiempo de Cristina [Fernández]. Eran más hombres que mujeres pero casi igual. Según la sesión también, porque en tejeduría después empezaron a poner mujeres. Estaban los hombres por las máquinas, por la fuerza. Pero después empezamos a demostrar que las mujeres también podíamos usar una máquina grande.

EL AMOR Y LA FAMILIA
Si bien Rosa es católica, nunca quiso casarse por iglesia. Tuvo dos maridos y su estado civil actual es viuda. Cuando entró a trabajar en Bernalesa tenía tres hijos y se estaba divorciando, porque encontró a su marido con otra. Entonces, le dijo determinante: “Tomá tus ropitas, chau. Puedo seguir con mis hijos sola”. Luego, cuando el amor volvió a tocar su corazón no se cerró pero era consciente de que siendo madre no podía aventurarse en otra relación, necesitaba seguridad. “En Panamérica Plásticos, ahí conocí a mi segundo marido. Un día vino y me dijo: -Quiero salir con vos. -Sí, cómo no. -¿Querés ser mi novia? -Sí, cómo no ¿Pero sabés qué pasa? Tengo tres hijos. Y donde voy, voy con mis tres hijos, de novia no.”
Rosa siempre priorizó el bienestar de sus hijos. Sabía que para darles todo, tenía que trabajar y nunca le faltaron fuerzas para eso. “Después seguí trabajando, mi marido me decía: ‘No trabajes más, quedáte en casa’ pero yo sentía esa responsabilidad porque eran mis hijos y pensaba en el porvenir, por ahí me separo y no tengo un trabajo. Siempre traté de no depender de los demás.”

UN CÁNCER DE MAMA
El 29 de diciembre de 2004, Rosa descubrió que en cualquier momento podía morir. La internaron por la detección de un cáncer de mama. El 30 -la noche que se incendió Cromañón- la operaron. Entre quimioterapia y rayos tuvo 21 sesiones en dos meses y medio. La fuerza y la fe en Dios y en sí misma, que la caracterizan, le permitieron seguir. “Voy a salir, no me haré la cabeza, lucharé hasta donde sea. Y acá estoy”.
Supo desdramatizar la situación: dice que no le teme a la muerte, que ésta también es parte de la vida y que hay que aceptarla si viene. “Recuerdo que cuando me tenía que hacer quimio, mi marido -pobre, que en paz descanse- se me ponía así:
-Ay, negra, te tenés que hacer la quimio… (Lo imita con voz de lamento).
-¡Hombre, me harán a mí, a vos no, dejáte de joder! Y un día la enfermera se olvidó de ponerme una inyección y me desmayé. ¡Ay, para  qué!  Él  se  enteró  y  lo  tuvieron  que internar. Lo que pasa es que me puedo estar muriendo, que no te darás cuenta.”
Desde que supo de la enfermedad hasta hoy, Rosa se dedicó al arte. Encontró en talleres de pinturas, vitral, herrería y folklore las ganas de vivir. En el pasillo de ingreso a su casa aún se encuentran unos respaldos de cama y sillones de hierro que hizo ella. Al entrar, cuadros, pinturas y souvenires decoran las paredes y las puertas de su hogar.
“¿Estoy viviendo hace ya cuántos años de más, gracias a Dios?”, se pregunta y pregunta, como si otro pudiera darle una respuesta, como si el hecho de esta charla no fuera un verdadero milagro… Pero Rosa es una mujer determinada, que a veces no sabe lo que quiere pero sí lo que no quiere. Y mientras despierte en esta tierra cada día, nada ni nadie le quitará la seguridad y la posibilidad de tomar las riendas de su vida.