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Barcelona es una ciudad que lo tiene todo: ahora también coronavirus

Las noticias del coronavirus en el mundo alarman: China con 81099 casos, Italia con 24938, Irán con 14991 y España ya con 9300. Como estudiante en este último país, un alumno de intercambio de la UNQ reflexiona sobre la experiencia de estar viviendo en la cueva del monstruo.

Por Ramiro Núñez, especial Fronteras/Web

Caía la tarde del jueves 12 de marzo sobre La Barceloneta, la playa más renombrada y céntrica de Barcelona. Paseaba como un turista más pero con un sello identificatorio: llevaba en mis manos el termo de agua vacío y un mate con yerba lavada. El plan era pedir agua caliente en algún bar para tomar mates y ver el atardecer sobre el Mediterráneo.
En mi bolsillo vibró el teléfono móvil. Un mensaje en un cartel rojo me llama la atención. La aplicación de la  Universidad a la que asisto informa el cese de las actividades académicas por tiempo indefinido. No me sorprendí. Ahora sí, el juego había empezado. Mientras volvía a guardar el teléfono, alguien que observa el puerto dice: “Quieren cerrar los aeropuertos y todo, pero acá no paran de entrar cruceros”. Dejé escapar una sonrisa cómplice y acaté con mi cabeza.

Al comenzar la semana se determinó el cierre de los colegios y Universidades en Madrid, capital española. En Catalunya se aguardaban noticias sobre la disposición de la Generalitat, gobierno catalán, sobre la situación que tiene en vilo al mundo entero. La primera medida fue el cierre de espacios comerciales que no fueran de primera necesidad como pistas de ski o discotecas. Con excepción de supermercados y transporte público. No serían las últimas noticias.

Hoy son alrededor de 903 los casos confirmados en Catalunya, con un saldo de 12 muertos. El principal objetivo del gobierno de España y la Generalitat es que no se propague el virus mientras se intenta limitar las relaciones de los pobladores. En todo el país el número de fallecidos supera tres veces el centenar. La Organización Mundial de la Salud (OMS) señala ya a Europa como el epicentro de esta enfermedad a la que catalogó como pandemia.

Aquí los medios de comunicación son una ametralladora de información minuto a minuto. Apenas dos semanas atrás eran constantes los móviles de televisión desde el norte de Italia, gran foco de contagios en el viejo continente. De tanto mirar al Este perdieron de vista que llegaría aquí. Se habló mucho, se actuó poco. El gobierno de España estaba expectante pero eran sus pobladores los que estaban alerta. Lo comentábamos entre pares -y me incluyo- como algo lejano y pasajero cuando, en realidad, estaba a la vuelta de la esquina.

El presidente de España, Pedro Sánchez declaró el “estado de alarma”. ¿En qué consiste? Es un decreto que le permite al gobierno tomar medidas excepcionales, previsto en situaciones de catástrofes o crisis sanitarias. Esto faculta a los gobernantes a limitar la circulación de personas o vehículos en horas o lugares determinados. El estado de alarma es el más leve de los tres estados excepcionales (alarma, excepción y sitio). “Esto durará por un lapso de quince días. Va a ser muy duro y difícil, pero vamos a parar el virus… Este virus lo pararemos unidos”, manifestó Sánchez.

La Rambla es el emblemático paseo que nace en Plaza Catalunya, centro neurálgico de la ciudad, y que muere a los pies de una estatua de Cristóbal Colon en el puerto. Un recorrido de poco más de un kilómetro que de pronto se tragó miles de las personas que la circulan todos los días. La ciudad de Barcelona se transformó. Por arte de magia las calles dejaron de tener su constante flujo de miles y miles de transeúntes. Entre ellos, en su mayoría asiáticos, sacaron a relucir sus barbijos. Todos y todas hablan del tema, ya no como parte de algo lejano y ajeno de lo cual los medios hacen eco, sino como algo latente y que ya está entre ellos.

Por la medianoche, los bares limitaron su capacidad de ingreso y las discotecas cerraron. Los grupos de personas deambulan por los callejones mientras buscan dónde entrar. Dos jóvenes y quien les habla intentaron ingresar a un reconocido bar con mesas de pool, pero la negativa de quien conocemos como “patovica” fue contundente: “Si dejamos entrar más personas nos multan”.

Al final de la calle un cartel iluminado que decía “Pizza italiana” llamaba la atención de quienes pasaban por allí. Siendo pasada la una, era menester entrar. Cuando ingresamos un hombre alto y calvo se quitó el barbijo que tenía para atendernos con ese acento tan particular. Su rostro proyectaba cansancio y enojo; sobre la barra yacían productos que no pudo vender. Compramos dos porciones de pizza, nos regaló dos más.

Al lunes 16 son más de 1800 los muertos en Italia, y sólo en las últimas veinticuatro horas fallecieron 250 personas. Los contagiados superan los 25 mil. Alemania suma más de 3 mil contagiados y 5 fallecidos. Estos números se modificarán en cada abrir y cerrar de ojos.

Aquí estoy. En cuarentena voluntaria, sin ir a cursar mientras analizo llenar mi alacena de comida por si acaso cierran también los supermercados. ¿Cuánto durará esto? ¿Una semana? ¿Dos? ¿O quizás tres? Nadie sabe.

Los padecientes: crónica de un encierro sanitario

Una estudiante de Comunicación Social de la UNQ relata para Fronteras parte de su cuarentena en el hospital Naval, luego de pasar con su pareja unas vacaciones en Brasil. La vivencia de angustia y encierro a la espera de saber si está contagiada de COVID-19.

Por Ximena Alejandra Barreira, especial FronterasWeb

Dia N/Hospital Naval.

Después de unas lindas vacaciones en Brasil con mi novio tuve que enfrentar la odisea del regreso a fines de marzo con todo este lío del coronavirus. Pero no era la única dificultad que se me presentaría.

Estoy internada en el Hospital Naval en Parque Centenario, por posible COVID-19. Me despierto y agarro el celular, miro Instagram y luego abro el diario online para estar al tanto de lo que sucede mientras estoy encerrada en una habitación totalmente aislada. Las enfermeras entran poco porque cada vez que lo hacen tienen que prepararse con todo un complejo equipo de protección.

¿Cómo es una jornada en mi compleja cuarentena? Me paso el día con el celu en la mano y leyendo “Los padecientes” de Gabriel Rolón: me traje un libro para hacer más ameno este tiempo. A lo largo del día, entro al correo electrónico, al Facebook, y leo notas con diferentes perspectivas de lo que está sucediendo a nivel mundial con esta pandemia. Intento entrar al Campus  Vrtual de la UNQ para ver qué mandan los profes; no puedo, la conexión y la señal son pésimas. Me duermo un rato y vuelvo a leer el libro de Rolón, me doy cuenta de que el celular no deja de sonar y abro Whatsapp. Comienzo a escribir a mi familia y amigos que están preocupados por lo que me pasa y ahí identifico un acto de escritura que atravesó todo mi día.

A la noche me doy cuenta de que hay un wifi disponible: entro al Campus de nuevo y puedo al fin descargarme el primer texto de una materia; comienzo a leer y anotar en el pobre cuaderno que pude agarrar antes de internarme, por si quería escribir. Empiezo a resolver el punto uno del primer trabajo práctico, continúo leyendo y de repente un mensajito de texto: me estoy quedando sin megas, le escribo a mi novio por Whatsapp para pedirle si me puede cargar crédito y de repente estoy inmersa en Facebook en un posteo de un amigo. Dejo el celu, me duele la cabeza, me coloco los anteojos de descanso y pinto unos mandalas que me dio el gabinete de Psicología para no deprimirme ya que el aislamiento es súper desolador.

Tengo una ventana grande; a la noche me gusta mirar e imaginar cómo hace unos días mi vida era radicalmente diferente: en cuarentena pero en casa. Me deprime un poco la situación y mando un mensajito a mi novio, le cuento lo que siento y me dice que todo pasará, pone algunos emojis de corazón y le respondo con un sticker. Todo pasa pero los días se hacen lentos. Retomo el libro de Gabriel Rolón (buen compañero) y me quedo dormida hasta que golpean la puerta: es la enfermera con el desayuno. Empieza otro día.

» Ximena finalmente fue dada de alta con resultado de coronavirus negativo. En unos días vuelve al hospital para repetir el hisopado, ya que su novio dio positivo en el test de COVID-19.

La Universidad, el COVID19 y las MalvinaS

Por Mónica Rubalcaba, docente de la Universidad Nacional de Quilmes. Especial FronterasWebFoto de portada: UNQ

Primera foto, blanco y negro, década del ´40: la Fabril Financiera, fábrica textil, muestra a sus operarios trabajando sobre grandes bobinas de hilados.

Segunda foto, color, 2019: la Universidad Nacional de Quilmes cumple 30 años y exhibe con orgullo aulas multimediales –pupitres, computadora, cañón proyector-.

Tercera foto, color, 2020: las mismas aulas Sur de la Universidad Nacional de Quilmes vacías de bancos y pupitres, ocupadas por camas y colchones.

Patada al pecho.

Quienes formamos parte de la vida universitaria en la UNQ conocemos la historia que nos antecede: el año pasado, al cumplirse los 30 años de la creación de nuestra universidad, hicimos memoria de la fábrica textil que albergó a miles de trabajadores y operarios en este predio. Los hilos de la fábrica parecieron entonces volverse sutiles y prolongarse en el tiempo, enlazándonos en esta red de enseñanza y aprendizaje, de ciencia e investigación, de vinculación comunitaria que es hoy nuestra universidad. Fue buen momento para pensar qué enraizada está la universidad pública en la historia de su pueblo. Lo celebramos y nos sentimos felices y orgullosos de ello.

Pero… el coronavirus. La foto de este 2020 muestra lugares que usamos y transitamos habitualmente reconvertidos en lugar de cuidados médicos sanitarios. Por la cercanía afectiva de la imagen, sacude nuestra visión de la pandemia que afecta al mundo y nos replantea el rol de la Universidad Pública. «Sé que es una imagen fuerte ver que en donde había pupitres ahora hay camas, pero estamos convencidos de que era lo que teníamos que hacer ya que somos una universidad con un fuerte arraigo en su comunidad», dijo el rector Dr. Alejandro Villar.

En efecto, nos conmueve la postal de estos días. El llamado al “aislamiento social preventivo y obligatorio” permite sólo el contacto con la UNQ por videos o fotos que nos hacen llegar quienes están allí trabajando: se trata de adaptar las aulas para alojar a quienes hayan contraído el COVID-19 de forma leve y que tengan dificultades para mantenerse aislados en sus hogares. Y la realidad de hacinamiento en los barrios más pobres de Quilmes no es ajena a ello. Ya hay instaladas un centenar de camas. Alguien trae la imagen de “un hospital de campaña”, es decir, un hospital en zona de desastres o de guerra.

Hoy es 2 de abril. Día del Veterano y de los Caídos en la Guerra de las Malvinas. Por la cuarentena, no hay actos públicos para conmemorarlo. Sin embargo, el término “Malvinas” o más bien, “malvinización”, ronda los medios de comunicación en estos días. Con ello se mencionan ciertos usos figurados del lenguaje mediático o político para plantear las decisiones del gobierno respecto de cómo enfrentar la pandemia: lucha, odisea, guerra, combate, pelea, enfrentamiento, enemigo invisible. Es decir, una serie de metaforizaciones belicistas. Si el sentido negativo que se le dio décadas atrás al término “malvinización” aludía a una mirada militarista e intentaba describir una gesta que tocaba sentimientos nacionalistas para sacar provecho político de ello, tuvo su vuelta de página cuando comenzó a hablarse de re-malvinizar, es decir, recuperar una mirada reivindicante y no oprobiosa de los soldados que dieron la vida en la guerra. Y, además, reinstalar con firmeza la soberanía argentina en las islas.

En tiempos de pandemia mundial es importante no confundir conceptos. El Estado trabaja desde múltiples lugares para evitar el contagio del virus COVID-19 y el abordaje de los casos que necesitan tratamiento y hospitalización. Aquí la UNQ como Universidad Pública juega también un rol protagónico y colabora al abrir no sólo sus aulas sino sus laboratorios para el diagnóstico y acelerar los tiempos de tratamiento necesario para los infectados. No es una guerra: es un trabajo del Estado democrático frente a una catástrofe sanitaria mundial.

La guerra, la verdadera guerra, tuvo lugar en Malvinas hace hoy 38 años. En ella hubo más de seiscientos argentinos muertos en combate. Honrar su memoria, recordar las causas de la guerra y exigir la soberanía sobre las islas aún es el motivo de la conmemoración de este día.

Los huesos no mienten: 35 años de ciencia y justicia

Fundado en 1984 con el fin de investigar los casos de los desaparecidos durante la dictadura, en los primeros años el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) estaba conformado por cinco estudiantes universitarios bajo la guía del antropólogo forense norteamericano Clyde Snow. 35 años más tarde son más de 65 profesionales a los que los antecede la fama mundial. En la semana de la Memoria celebramos que estén postulados al Nobel de la Paz.

Por Florencia Baliani, especial FronterasWeb

Snow al centro junto a los primeros integrantes del EAAF

Un salón de enormes dimensiones preparado para un evento que trasciende lo físico. Saludos, abrazos, reencuentros y lágrimas agridulces que denotan la fuerte presencia de los que hoy están ausentes, así es el clima previo a que comience la ceremonia de los 35 años del EAAF.

El reloj marca las 18, las luces bajan y suben al escenario Ernestina Pais acompañada de Santiago Schefer. Luego de una breve presentación, Pais le da la bienvenida a los invitados y a los agasajados del evento. “Me tiemblan las piernas solo de estar aquí parada frente a ustedes”, afirma. No es la única. Estar en presencia de profesionales que dedicaron su vida a una causa mayor que sí, de Madres y Abuelas que tuvieron el coraje de gritar en un país donde sólo estaba permitido el silencio, de familias a quienes les quitaron un ser querido antes de tiempo y siguen con la esperanza de encontrarlo, de familias que ya saben dónde se encuentran y pudieron hacer su duelo. A todos hoy nos tiemblan las piernas y se nos caen las lágrimas.

“En los `80, ellos comenzaron su labor, una labor que cambió la historia de la Argentina, y que hoy permite que podamos disfrutar del derecho a la libertad y a la justicia. Treinta y cinco años después estamos aquí para festejar y agradecer estos años de lucha y entrega absoluta a los miembros del Equipo Argentino de Antropología Forense. Su trabajo fue ininterrumpido desde 1984, siempre independiente y a su vez comprometido; comprometido en un trabajo científico para buscar, recuperar, identificar y restituir los cuerpos a sus familiares, comprometido en un trabajo que aporta la verdad y la justicia desde la ciencia, comprometido en compartir su saber con otros profesionales en Argentina y alrededor del mundo. Todo eso comenzó con cinco pibes con unos huevos enormes… perdón que lo diga de esa forma pero lo amerita“, dice Ernestina Pais.

Cinco pibes con unos huevos enormes (y un gringo)
En  mayo  de  1984,  recién iniciada la democracia de la mano de Raúl Alfonsín, fueron convocados  por  Abuelas  de  Plaza  de  Mayo siete miembros de la Asociación Americana por el Avance de la Ciencia. Entre ellos se encontraba Clyde Snow, un estadounidense especialista en la identificación de restos óseos, ciencia no muy conocida hasta el momento y prácticamente inexistente en nuestro país.

En  ese  viaje, que sería el  primero  de  muchos,  dio  una  conferencia  sobre ciencias  forenses  y  desaparecidos  en  la  ciudad  de  La  Plata. Su traductora, abrumada por la cantidad de términos técnicos utilizados, renunció en la mitad. En ese momento un joven de ojos claros dijo ‘yo puedo, yo sé inglés’. Fue así el comienzo de la gran relación entre Morris Tidball Binz, estudiante de medicina de 26 años y dueño de un inglés perfecto, con Clyde Snow.

Meses después, Snow envió una carta al Colegio de Graduados en Antropología en que solicitaba colaboración para la exhumación de siete cuerpos, con ningún tipo de respuesta a cambio. Morris, que había sido su traductor durante un tiempo, propuso a algunos de sus amigos como posibles interesados. Fue Douglas Cairns, uno de ellos, el que esparció el mensaje en la Universidad de  Buenos Aires donde estudiaba antropología: “Hay  un  gringo  que busca  gente para exhumar restos de desaparecidos”.

Así fue como a las 19 del 14 de junio de 1984, Patricia Bernardi, Mercedes Doretti, Luis Fondebrider y Douglas Cairns se encontraron con Clyde Snow y Morris Tidball Binz en el Hotel Continental, ubicado en el centro de Buenos Aires.

“Snow era la imagen del antiprofesor; todo lo que uno se imagina de un académico, él era lo contrario. Anteojos claros, de sombrero y botas texanas siempre, sin importar el calor que hiciera. Chupaba tanto… Era de buen beber y fumaba mucho: cigarros, pipa, cigarrillos”, comenta con una sonrisa Patricia Bernardi en una entrevista a la BBC.

Esa noche se despidieron de Snow con la promesa de pensar y darle una respuesta. “Me sentí conmovido pero no tenían experiencia” —recordaba el americano años después en una entrevista a Página 12. “Les dije que el trabajo sería sucio, deprimente y peligroso. Y que además no había plata. Me dijeron que lo iban a discutir y que al día siguiente me darían una respuesta. Pensé que era una manera amable de decirme ‘chau, gringo’. Pero al día siguiente estaban ahí”.

En efecto, los cinco jóvenes se presentaron en la puerta del cementerio de Avellaneda el 15 de junio. Decir que la suya no era una decisión fácil de tomar, es ser injusto con al contexto histórico. Emprender ese tipo de actividades en consideración de la inestabilidad e incertidumbre de un país que surgía luego de años de represión, donde nadie les aseguraba que no regresarían los militares y serían los próximos desaparecidos, era una locura.

“A uno de los tipos que estaba ahí (en el Cementerio) le escuché decir: ‘Si hubiéramos hecho bien el trabajo, no hubiéramos dejado rastro y estos pibes no estarían aquí’”, recuerda Bernardi.

Reencuentros
El silencio se apodera de la sala luego de un emotivo video recorre la trayectoria del EAAF. Minutos después, un hombre de baja estatura, lentes en una mano y una hoja tamaño oficio en la otra se sube al escenario. Se trata de Gabriel Ciancio, una de las tantas personas que gracias al equipo pudo tener información sobre sus familiares, en su caso, sobre su hermano mayor y su cuñada. Se coloca los anteojos, se presenta, y se disculpa por la dificultad que le genera hablar sin que se le quiebre la voz.

“La primera palabra que se me viene a la cabeza cuando pienso en el Equipo Argentino de Antropología Forense es: ‘Gracias’”.

Cuando en 1984 comenzaron su labor, de a poco empezó a correr la bola entre los familiares. “Una de las madres que también tenía una hija desaparecida vino a comentarnos que debíamos juntar radiografías, antecedentes genéticos, y todo tipo de información que pudiese ayudar a identificar a aquellos que habían ‘desaparecido’”-comentaba Ciancio en su discurso. El problema es que en esos años era muy difícil obtener esa documentación, ya que muchos eran jóvenes sanos que no contaban con estudios médicos ni con traumas óseos previos a su secuestro. Recién en los `90, con la introducción de la genética, se pudo identificar restos de decenas de personas con solo una gota de sangre.

“En 2007, el EAAF hizo la Iniciativa Latinoamericana de Identificación de Personas Desaparecidas y nos presentamos a dar nuestras muestras de inmediato. Nunca pensé que una gota de sangre podría contener tantas sensaciones, sentimientos de alegría, de tristeza, de esperanza, poder llegar a la verdad y permitirnos hacer el duelo. Saber la verdad sobre mi hermano, para mí fue empezar una nueva etapa de mi vida.”

“El daño que estos milicos hicieron a nuestras mentes, ni la psicología pudo cambiar; pero ustedes, con ese amor que han puesto en esta tarea, dieron esa paz que tanto anhelábamos. Y lo más importante, le devolvieron a mi sobrino, su mamá y su papá.”

Científicos pero ante todo, humanos
Tanto en Argentina, como en varios de los 50 países donde el EAAF trabajó para recuperar la identidad de miles de víctimas de represión estatal, étnica o religiosa, la relación de los miembros del equipo con los familiares de esas víctimas es estrecha. “Es un vínculo fuerte el que entablamos. Los entrevistamos por horas y conocemos sus historias” – comentaba Mercedes Doretti en 2017.

Desde el comienzo, ellos han elegido que su labor no sólo sea excavar, analizar y confirmar, sino ser quienes entregan los huesos a sus dueños en persona, quienes explican sobre el procedimiento encarado y, además, quienes ponen el hombro ante  las emociones que salen a la luz entre las paredes de su laboratorio.

Si bien la identificación es el final de una búsqueda que confirma la muerte de un ser querido, a su vez implica la posibilidad de darle un punto final a años de incertidumbre. El simple (pero extraordinario) hecho de que un familiar sea encontrado, puesto en una sepultura, tenga una flor y una placa es devolverle la humanidad a alguien cuya existencia fue suspendida en el tiempo.

Los reencuentros entre familiares y amigos con los restos desatan una serie de reacciones inesperadas y particulares en cada caso. Las historias van desde besos a los huesos hasta un familiar malabarista que montó un espectáculo circense para el entierro, también hubo una madre que llevó el álbum de fotos de toda la parentela y se lo mostró página por página a un cráneo baleado sobre la mesa forense.

“En los últimos años me impactó lo de sacarse fotos. Recuerdo que identificamos al hijo de un señor alemán. Cuando entró, me entregó la cámara y me pidió que le sacara una foto, le dije que sí y él enseguida puso su cara al lado del cráneo“– rememoraba Bernardi- “Me quedé paralizada. Él me dijo que, cuando secuestraron a su hijo, los militares se habían llevado todas sus fotografías, que no tenía ni una de su hijo en vida. Y yo pensaba ‘esto es un esqueleto, no es tu hijo’. Pero el familiar no ve lo que uno ve y es importante entender eso. Es un momento único, en el que la ciencia se mezcla con los sentimientos”.

Por la Memoria, Verdad y Justicia
La escenografía del evento era más bien simple: una gran pantalla para el contenido visual, en el extremo derecho del escenario un atril de madera con micrófonos en el que se posicionaban los conductores, en el extremo izquierdo cuatro sillas y una serie de instrumentos donde se ubicaría el cuarteto del Tata Cedrón para el final de la ceremonia. Y en el centro, una mesa y un par de sillas que nadie había ocupado…aún.

Luis Fondebrider, uno de los cinco miembros fundadores del EAAF y su actual presidente, sube al escenario acompañado de una mujer con más de 40 años de lucha y 88 años de vida, Estela de Carlotto. Una audiencia de pie y un estruendoso aplauso acompañado de emoción y respeto le dan la bienvenida en uno de los salones del CONICET, organismo que cedió el lugar para el histórico evento. Y sillas fueron ocupadas.

“Creo que todos los que estamos acá respiramos esta situación de amor, de lucha y de dignidad. El pueblo argentino es así, digno y generoso, por eso tenemos que apoyarnos en todos estos actos para salir con aún más fuerza y continuar con esta lucha por la memoria, la verdad y la justicia”, dice Estela.

“Estela, tú eres abuela”
La historia institucional del Equipo Argentino de Antropología Forense se encuentra enlazada de manera directa con las Abuelas de Plaza de Mayo. En 1982, Estela y una de sus compañeras viajaron a Washington y a Nueva York con la intención de saber si su sangre podría ser útil para identificar a los nietos, de quienes no se tenía registro fotográfico ni de ningún tipo. Con este primer contacto y con la democracia ya restaurada, en 1984, fue que invitaron al grupo de genetistas y antropólogos entre los que se encontraba el texano Snow.

Hoy, más de tres décadas después, Estela relata el encuentro con su ya fallecido amigo y cómo le cambió la vida a partir de su participación en el caso de su hija Laura Carlotto.

“En 1985 habíamos enterrado a nuestra hija Laura, asesinada 9 meses después de su cautiverio y 2 meses después de dar a luz a su hijito. Sabíamos dónde estaba pero sus asesinos decían que era una guerrillera y una terrorista que nunca estuvo desaparecida ni detenida, que nunca había sido madre… en fin, las maldades más grandes que se les puedan ocurrir. Entonces pedimos permiso al juez para exhumar el cuerpo. Al ver los huesos que sacaban con suavidad los chicos del equipo, Clyde Snow los observaba con cuidado. En un momento dado, me llama y me dice ‘Estela, tengo algo para decirte, tú eres abuela’. Porque en los huesos estaba esa marquita que les queda a las mujeres cuando dan a luz. Supe en esa exhumación que tenía un nieto. Y de la palabra de él, de la alegría y de cerrar un duelo… a ver a mi hija, o lo que quedaba de ella [hace una pausa]. Aun así, tener la posibilidad de poder llevar una flor, hace mucho bien”.

EAAF hoy
En la actualidad, el EAAF cuenta con más de 65 profesionales, tres oficinas en Argentina y otras en Nueva York, Sudáfrica y México, además de laboratorios de antropología y genética forense. Participó en investigaciones y formó equipos de trabajo en unos 50 países del mundo. Sus miembros, también integraron  exhumaciones históricas como las de Ernesto “Che” Guevara, Salvador Allende o Pablo Neruda.

Desde 2007, la fundación de Abuelas le ha cedido al EAAF un espacio en su edificio ubicado en la ex ESMA. “Los sentimos como nuestros hijos. ¿Cómo no les vamos a dar un espacio para trabajar? Los queremos tener cerca para toda la vida”, confiesa Estela con una sonrisa en la cara.

Aunque empezaron de a poco, su método de investigación generó una verdadera revolución. La idea de usar la ciencia en el área de derechos humanos comenzó aquí en la Argentina, con cinco jóvenes “con unos huevos enormes”, como dijo Ernestina y un gringo que usaba botas texanas sin importar la estación del año. El equipo llevó la idea a todo el mundo y colaboró en la formación de equipos en otros países como Guatemala, Chile, Perú, etc.

En el presente se dedican a trabajar en otro tipo de casos: en México con femicidios y migrantes y en Argentina con casos de desapariciones en democracia, gente que desaparece porque se va de la casa, por violencia institucional, trata de personas, etc. La intención es la de interactuar en una dinámica nueva, para volcar la experiencia acumulada en casos de actualidad y poder asistir a aquellos que lo necesiten.

En palabras de la presidenta de Abuelas: “Con jóvenes como ellos y todos los que están acá, y nosotros, los viejos, con nuestra experiencia, sabemos que conseguiremos alcanzar ese deseo que tenemos al pedir memoria, verdad y justicia, y más aún ese anhelo de evitar pasar estos dolores ni acá, ni en ninguna parte del mundo, nunca más”.

Y esta vez con un tango del Cuarteto Cedrón de fondo la audiencia completa aplaude de pie.