Los huesos no mienten: 35 años de ciencia y justicia

Fundado en 1984 con el fin de investigar los casos de los desaparecidos durante la dictadura, en los primeros años el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) estaba conformado por cinco estudiantes universitarios bajo la guía del antropólogo forense norteamericano Clyde Snow. 35 años más tarde son más de 65 profesionales a los que los antecede la fama mundial. En la semana de la Memoria celebramos que estén postulados al Nobel de la Paz.

Por Florencia Baliani, especial FronterasWeb

Snow al centro junto a los primeros integrantes del EAAF

Un salón de enormes dimensiones preparado para un evento que trasciende lo físico. Saludos, abrazos, reencuentros y lágrimas agridulces que denotan la fuerte presencia de los que hoy están ausentes, así es el clima previo a que comience la ceremonia de los 35 años del EAAF.

El reloj marca las 18, las luces bajan y suben al escenario Ernestina Pais acompañada de Santiago Schefer. Luego de una breve presentación, Pais le da la bienvenida a los invitados y a los agasajados del evento. “Me tiemblan las piernas solo de estar aquí parada frente a ustedes”, afirma. No es la única. Estar en presencia de profesionales que dedicaron su vida a una causa mayor que sí, de Madres y Abuelas que tuvieron el coraje de gritar en un país donde sólo estaba permitido el silencio, de familias a quienes les quitaron un ser querido antes de tiempo y siguen con la esperanza de encontrarlo, de familias que ya saben dónde se encuentran y pudieron hacer su duelo. A todos hoy nos tiemblan las piernas y se nos caen las lágrimas.

“En los `80, ellos comenzaron su labor, una labor que cambió la historia de la Argentina, y que hoy permite que podamos disfrutar del derecho a la libertad y a la justicia. Treinta y cinco años después estamos aquí para festejar y agradecer estos años de lucha y entrega absoluta a los miembros del Equipo Argentino de Antropología Forense. Su trabajo fue ininterrumpido desde 1984, siempre independiente y a su vez comprometido; comprometido en un trabajo científico para buscar, recuperar, identificar y restituir los cuerpos a sus familiares, comprometido en un trabajo que aporta la verdad y la justicia desde la ciencia, comprometido en compartir su saber con otros profesionales en Argentina y alrededor del mundo. Todo eso comenzó con cinco pibes con unos huevos enormes… perdón que lo diga de esa forma pero lo amerita“, dice Ernestina Pais.

Cinco pibes con unos huevos enormes (y un gringo)
En  mayo  de  1984,  recién iniciada la democracia de la mano de Raúl Alfonsín, fueron convocados  por  Abuelas  de  Plaza  de  Mayo siete miembros de la Asociación Americana por el Avance de la Ciencia. Entre ellos se encontraba Clyde Snow, un estadounidense especialista en la identificación de restos óseos, ciencia no muy conocida hasta el momento y prácticamente inexistente en nuestro país.

En  ese  viaje, que sería el  primero  de  muchos,  dio  una  conferencia  sobre ciencias  forenses  y  desaparecidos  en  la  ciudad  de  La  Plata. Su traductora, abrumada por la cantidad de términos técnicos utilizados, renunció en la mitad. En ese momento un joven de ojos claros dijo ‘yo puedo, yo sé inglés’. Fue así el comienzo de la gran relación entre Morris Tidball Binz, estudiante de medicina de 26 años y dueño de un inglés perfecto, con Clyde Snow.

Meses después, Snow envió una carta al Colegio de Graduados en Antropología en que solicitaba colaboración para la exhumación de siete cuerpos, con ningún tipo de respuesta a cambio. Morris, que había sido su traductor durante un tiempo, propuso a algunos de sus amigos como posibles interesados. Fue Douglas Cairns, uno de ellos, el que esparció el mensaje en la Universidad de  Buenos Aires donde estudiaba antropología: “Hay  un  gringo  que busca  gente para exhumar restos de desaparecidos”.

Así fue como a las 19 del 14 de junio de 1984, Patricia Bernardi, Mercedes Doretti, Luis Fondebrider y Douglas Cairns se encontraron con Clyde Snow y Morris Tidball Binz en el Hotel Continental, ubicado en el centro de Buenos Aires.

“Snow era la imagen del antiprofesor; todo lo que uno se imagina de un académico, él era lo contrario. Anteojos claros, de sombrero y botas texanas siempre, sin importar el calor que hiciera. Chupaba tanto… Era de buen beber y fumaba mucho: cigarros, pipa, cigarrillos”, comenta con una sonrisa Patricia Bernardi en una entrevista a la BBC.

Esa noche se despidieron de Snow con la promesa de pensar y darle una respuesta. “Me sentí conmovido pero no tenían experiencia” —recordaba el americano años después en una entrevista a Página 12. “Les dije que el trabajo sería sucio, deprimente y peligroso. Y que además no había plata. Me dijeron que lo iban a discutir y que al día siguiente me darían una respuesta. Pensé que era una manera amable de decirme ‘chau, gringo’. Pero al día siguiente estaban ahí”.

En efecto, los cinco jóvenes se presentaron en la puerta del cementerio de Avellaneda el 15 de junio. Decir que la suya no era una decisión fácil de tomar, es ser injusto con al contexto histórico. Emprender ese tipo de actividades en consideración de la inestabilidad e incertidumbre de un país que surgía luego de años de represión, donde nadie les aseguraba que no regresarían los militares y serían los próximos desaparecidos, era una locura.

“A uno de los tipos que estaba ahí (en el Cementerio) le escuché decir: ‘Si hubiéramos hecho bien el trabajo, no hubiéramos dejado rastro y estos pibes no estarían aquí’”, recuerda Bernardi.

Reencuentros
El silencio se apodera de la sala luego de un emotivo video recorre la trayectoria del EAAF. Minutos después, un hombre de baja estatura, lentes en una mano y una hoja tamaño oficio en la otra se sube al escenario. Se trata de Gabriel Ciancio, una de las tantas personas que gracias al equipo pudo tener información sobre sus familiares, en su caso, sobre su hermano mayor y su cuñada. Se coloca los anteojos, se presenta, y se disculpa por la dificultad que le genera hablar sin que se le quiebre la voz.

“La primera palabra que se me viene a la cabeza cuando pienso en el Equipo Argentino de Antropología Forense es: ‘Gracias’”.

Cuando en 1984 comenzaron su labor, de a poco empezó a correr la bola entre los familiares. “Una de las madres que también tenía una hija desaparecida vino a comentarnos que debíamos juntar radiografías, antecedentes genéticos, y todo tipo de información que pudiese ayudar a identificar a aquellos que habían ‘desaparecido’”-comentaba Ciancio en su discurso. El problema es que en esos años era muy difícil obtener esa documentación, ya que muchos eran jóvenes sanos que no contaban con estudios médicos ni con traumas óseos previos a su secuestro. Recién en los `90, con la introducción de la genética, se pudo identificar restos de decenas de personas con solo una gota de sangre.

“En 2007, el EAAF hizo la Iniciativa Latinoamericana de Identificación de Personas Desaparecidas y nos presentamos a dar nuestras muestras de inmediato. Nunca pensé que una gota de sangre podría contener tantas sensaciones, sentimientos de alegría, de tristeza, de esperanza, poder llegar a la verdad y permitirnos hacer el duelo. Saber la verdad sobre mi hermano, para mí fue empezar una nueva etapa de mi vida.”

“El daño que estos milicos hicieron a nuestras mentes, ni la psicología pudo cambiar; pero ustedes, con ese amor que han puesto en esta tarea, dieron esa paz que tanto anhelábamos. Y lo más importante, le devolvieron a mi sobrino, su mamá y su papá.”

Científicos pero ante todo, humanos
Tanto en Argentina, como en varios de los 50 países donde el EAAF trabajó para recuperar la identidad de miles de víctimas de represión estatal, étnica o religiosa, la relación de los miembros del equipo con los familiares de esas víctimas es estrecha. “Es un vínculo fuerte el que entablamos. Los entrevistamos por horas y conocemos sus historias” – comentaba Mercedes Doretti en 2017.

Desde el comienzo, ellos han elegido que su labor no sólo sea excavar, analizar y confirmar, sino ser quienes entregan los huesos a sus dueños en persona, quienes explican sobre el procedimiento encarado y, además, quienes ponen el hombro ante  las emociones que salen a la luz entre las paredes de su laboratorio.

Si bien la identificación es el final de una búsqueda que confirma la muerte de un ser querido, a su vez implica la posibilidad de darle un punto final a años de incertidumbre. El simple (pero extraordinario) hecho de que un familiar sea encontrado, puesto en una sepultura, tenga una flor y una placa es devolverle la humanidad a alguien cuya existencia fue suspendida en el tiempo.

Los reencuentros entre familiares y amigos con los restos desatan una serie de reacciones inesperadas y particulares en cada caso. Las historias van desde besos a los huesos hasta un familiar malabarista que montó un espectáculo circense para el entierro, también hubo una madre que llevó el álbum de fotos de toda la parentela y se lo mostró página por página a un cráneo baleado sobre la mesa forense.

“En los últimos años me impactó lo de sacarse fotos. Recuerdo que identificamos al hijo de un señor alemán. Cuando entró, me entregó la cámara y me pidió que le sacara una foto, le dije que sí y él enseguida puso su cara al lado del cráneo“– rememoraba Bernardi- “Me quedé paralizada. Él me dijo que, cuando secuestraron a su hijo, los militares se habían llevado todas sus fotografías, que no tenía ni una de su hijo en vida. Y yo pensaba ‘esto es un esqueleto, no es tu hijo’. Pero el familiar no ve lo que uno ve y es importante entender eso. Es un momento único, en el que la ciencia se mezcla con los sentimientos”.

Por la Memoria, Verdad y Justicia
La escenografía del evento era más bien simple: una gran pantalla para el contenido visual, en el extremo derecho del escenario un atril de madera con micrófonos en el que se posicionaban los conductores, en el extremo izquierdo cuatro sillas y una serie de instrumentos donde se ubicaría el cuarteto del Tata Cedrón para el final de la ceremonia. Y en el centro, una mesa y un par de sillas que nadie había ocupado…aún.

Luis Fondebrider, uno de los cinco miembros fundadores del EAAF y su actual presidente, sube al escenario acompañado de una mujer con más de 40 años de lucha y 88 años de vida, Estela de Carlotto. Una audiencia de pie y un estruendoso aplauso acompañado de emoción y respeto le dan la bienvenida en uno de los salones del CONICET, organismo que cedió el lugar para el histórico evento. Y sillas fueron ocupadas.

“Creo que todos los que estamos acá respiramos esta situación de amor, de lucha y de dignidad. El pueblo argentino es así, digno y generoso, por eso tenemos que apoyarnos en todos estos actos para salir con aún más fuerza y continuar con esta lucha por la memoria, la verdad y la justicia”, dice Estela.

“Estela, tú eres abuela”
La historia institucional del Equipo Argentino de Antropología Forense se encuentra enlazada de manera directa con las Abuelas de Plaza de Mayo. En 1982, Estela y una de sus compañeras viajaron a Washington y a Nueva York con la intención de saber si su sangre podría ser útil para identificar a los nietos, de quienes no se tenía registro fotográfico ni de ningún tipo. Con este primer contacto y con la democracia ya restaurada, en 1984, fue que invitaron al grupo de genetistas y antropólogos entre los que se encontraba el texano Snow.

Hoy, más de tres décadas después, Estela relata el encuentro con su ya fallecido amigo y cómo le cambió la vida a partir de su participación en el caso de su hija Laura Carlotto.

“En 1985 habíamos enterrado a nuestra hija Laura, asesinada 9 meses después de su cautiverio y 2 meses después de dar a luz a su hijito. Sabíamos dónde estaba pero sus asesinos decían que era una guerrillera y una terrorista que nunca estuvo desaparecida ni detenida, que nunca había sido madre… en fin, las maldades más grandes que se les puedan ocurrir. Entonces pedimos permiso al juez para exhumar el cuerpo. Al ver los huesos que sacaban con suavidad los chicos del equipo, Clyde Snow los observaba con cuidado. En un momento dado, me llama y me dice ‘Estela, tengo algo para decirte, tú eres abuela’. Porque en los huesos estaba esa marquita que les queda a las mujeres cuando dan a luz. Supe en esa exhumación que tenía un nieto. Y de la palabra de él, de la alegría y de cerrar un duelo… a ver a mi hija, o lo que quedaba de ella [hace una pausa]. Aun así, tener la posibilidad de poder llevar una flor, hace mucho bien”.

EAAF hoy
En la actualidad, el EAAF cuenta con más de 65 profesionales, tres oficinas en Argentina y otras en Nueva York, Sudáfrica y México, además de laboratorios de antropología y genética forense. Participó en investigaciones y formó equipos de trabajo en unos 50 países del mundo. Sus miembros, también integraron  exhumaciones históricas como las de Ernesto “Che” Guevara, Salvador Allende o Pablo Neruda.

Desde 2007, la fundación de Abuelas le ha cedido al EAAF un espacio en su edificio ubicado en la ex ESMA. “Los sentimos como nuestros hijos. ¿Cómo no les vamos a dar un espacio para trabajar? Los queremos tener cerca para toda la vida”, confiesa Estela con una sonrisa en la cara.

Aunque empezaron de a poco, su método de investigación generó una verdadera revolución. La idea de usar la ciencia en el área de derechos humanos comenzó aquí en la Argentina, con cinco jóvenes “con unos huevos enormes”, como dijo Ernestina y un gringo que usaba botas texanas sin importar la estación del año. El equipo llevó la idea a todo el mundo y colaboró en la formación de equipos en otros países como Guatemala, Chile, Perú, etc.

En el presente se dedican a trabajar en otro tipo de casos: en México con femicidios y migrantes y en Argentina con casos de desapariciones en democracia, gente que desaparece porque se va de la casa, por violencia institucional, trata de personas, etc. La intención es la de interactuar en una dinámica nueva, para volcar la experiencia acumulada en casos de actualidad y poder asistir a aquellos que lo necesiten.

En palabras de la presidenta de Abuelas: “Con jóvenes como ellos y todos los que están acá, y nosotros, los viejos, con nuestra experiencia, sabemos que conseguiremos alcanzar ese deseo que tenemos al pedir memoria, verdad y justicia, y más aún ese anhelo de evitar pasar estos dolores ni acá, ni en ninguna parte del mundo, nunca más”.

Y esta vez con un tango del Cuarteto Cedrón de fondo la audiencia completa aplaude de pie.

Tomar las riendas de la vida

Rosalía Fuentes nunca fue delegada pero siempre abogó por todos. Como trabajadora lucha por sus derechos. Como madre cuida con amor a sus hijos. Como mujer se hace respetar. En los momentos de adversidad, siempre es su valentía la que le permite avanzar. Una antigua operaria de La Bernalesa dispuesta a contar su historia.

Por Florencia Sosa, en el Nº 10 de Fronteras

“Pasaba algo y todos gritaban y se quejaban: -Pero no puede ser que el supervisor esto, que lo otro. Bueno sí, vamos a juntarnos y vamos a hablar. Cuando nos juntábamos para hablar estaban dos pasos atrás y yo adelante”, dice Rosalía, mientras muestra sus dientes y larga una carcajada que interpela. Su rostro fresco, su mirada transparente y su cabellera blanca brillan a la luz del sol durante la hora de la siesta. De fondo, un bastidor de madera triangular sobre dos sillones, donde aún la dueña de casa teje bufandas que le encargan. Se muestra inquieta pero no se achica, por el contrario, se vuelve hipnótica: habla para que la escuchen. Tiene buen sentido del humor que lo aprovecha para reír en cada anécdota que cuenta, aunque esta no sea alegre. En épocas de la dictadura, Rosalía trabajó en una de las fábricas textiles claves de América Latina: la Bernalesa. La empresa fue intervenida por el coronel Lauría quien dejó de pagarle los sueldos a los trabajadores, motivo por el cual hicieron un paro. En esas circunstancias, Rosalía se enfrentó a un militar: “Estaban ahí apuntándonos ¿con qué necesidad? Hasta que un coronel o un sargento, no sé bien, dijo: ‘Ustedes tienen que trabajar por amor a la patria’. Y yo, revolucionaria como siempre le respondí: Perdón querido, lo podés hacer porque elegiste tu carrera. A mi hijo no le puedo decir: ‘hoy no comas por amor a la patria’. ¿Le harías eso a tu hijo? ¿A tu hijo le falta comida? No, entonces acá queremos al coronel Lauría que venga y nos pague, si en una hora no nos vienen a pagar, seguimos de paro”. -“Háganlo por la patria”, ¡dejáte de joder!, exclama indignada.
Rosa, como la llaman todos, nació en Bernal y se crió en Quilmes Oeste con sus hermanos y su padre. Su madre los abandonó cuando tenía tan sólo 2 años pero ella no le guarda rencor, porque no se siente capaz de “enjuiciar a nadie”. Dice que al ser la más chica de la familia siempre fue mimada y a pesar de todo, tuvo una niñez feliz. Desde los 10 hasta los 15 años acudió al colegio pupilo “El Buen Pastor” que quedaba en Caballito. Era un colegio pago donde le enseñaban de todo: un mes limpiaba pisos, otro mes aprendía cocina, al siguiente le hacían planchar todos los hábitos de las monjas y así sucesivamente, durante toda la estancia.

CASI MONJA Y ENFERMERA
De tanto estar con las monjas, quiso ser una de ellas y entró en la Comunidad La Exaltación de la Cruz pero duró poco. ¿El motivo?: su carácter. “Si me dicen que esto es blanco y lo veo negro y es negro, te lo discutiré de acá a La Quiaca. Si me decís esto es gris y digo que es blanco y es gris, te voy a decir: -Sí, perdoná, es gris. Pero la monja me vino a discutir que yo no había limpiado el piso y yo lo había baldeado y lo había fregado y ella decía que
– Y ¡que sí! – ¡Que no! – ¡Que sí! – ¡Que no! Hasta que me cansé, tomé mis valijitas y me volví a mi casa”. “Soy de riendas tomar, ¿viste?”, dice con una sonrisa que emana seguridad. Años después le dijo a su papá que quería estudiar enfermería. Y por contactos con el colegio pupilo llegó al hospital Freyre de Rosario, donde la aceptaron a pesar de no haber terminado el secundario. Le fue bien con las pruebas teóricas pero el último día se llevó el susto de su vida. “Para el último examen te llevaban a donde incineran los cuerpos; hasta ahí, joya. Bueno, explicaron que pondrían los cuerpos en el fuego en un horno grande y dijeron: ‘No se asusten sentirán una especie de grito pero no son gritos, son nervios que se contraen y hacen ese ruido’. Pero cuando empezó todo: plum plum plum, nos desmayamos todas. Y dije ‘no’. Cacé mis valijitas, tomé el tren y aparecí en casa. Dije nunca más, y sin embargo, con el tiempo cuidé enfermos, hice de enfermera y se me murieron en los brazos”.

SIEMPRE TRABAJADORA
Rosa trabaja desde los 17 años. “Papá no quería que las mujeres trabajáramos y como yo era la más chica, le decía a papá: -Voy a ir a Quilmes a ver vidrieras a la calle Rivadavia (que hoy es peatonal). -Bueno hija, me respondía. ¿Y yo que hacía? Iba y levantaba suscripciones del diario Enfoque, me daban $10 durante el día por las suscripciones. Hasta que descubrió papá que me iba a trabajar. Y dijo: -Esta hija me salió rebelde, andá a trabajar si querés trabajar. Y así siempre trabajé”.
Rosa es curiosa. Cuando quiere algo le presta atención hasta que aprende cómo funciona y lo consigue. De esta forma, cada vez que entraba a un nuevo trabajo lo hacía con el menor cargo pero con el tiempo adquiría un puesto de mayor jerarquía. Durante su vida se desempeñó como cocinera en un restaurante, cuidó enfermos y limpió casas de familias, en una clínica psiquiátrica y en fábricas de producción de plástico y textil.

―Rosa,  ¿cuándo  entró  a  trabajar  en La Bernalesa?
―En Bernalesa entré en 1977, el 15 de noviembre, en la época de la dictadura. Nunca había trabajado en fábrica y si no tenías experiencia, no te tomaban. Encima mi estatura. Fui a Terrabusi y a Bagley y me rebotaron por eso. Después mi hermano se había quedado sin trabajo y le dije: “Vamos, que están tomando en Alpargatas”. Él entró y yo no. Hasta que un día le digo a una amiga mía: “Che, decile a tu novio que me haga entrar a Bernalesa, que me ponga un numerito, quiero tener un sueldo”. Me mandó el legajo para llenar. “¿Cuánto mide tu amiga?” “1,56 m”. “Bueno ponele 1,58”. Y ahí entré y me pusieron a barrer, porque en las fábricas, cuando entrabas, los primeros tres meses teníamos que barrer toda la sesión. La sesión era el lugar donde se hacían las cosas, era un galponazo.
-A los tres días de haber entrado, ¡paro!
Viene la supervisora y me dice: “Señora Fuentes, no pare, eh, porque usted es nueva”. Luego pasaron los delegados y me dicen: “Usted tiene que parar, eh”. Y la cosa es que yo paré, dije “esta (la supervisora) está loca, no llego a parar, me matan”. Porque antes era así, te agarraban y te fajaban porque eras un carnero. Carnero es el que trabaja cuando los otros paran. Porque ahí en la jerga es quién es más valiente que el otro, y a mí no me busquen, porque…Termina lo que quiere decir y sostiene una mirada  desafiante  y  cómplice.  Pero  para darse a entender añade: “Está bien reclamar por lo que uno necesita y por lo que le corresponde, no por lo que no le corresponde. Hoy si tuviera que vivir de mi jubilación sola, me muero de hambre. No me alcanza para nada, son $6900, porque me descuentan la moratoria de 10 años que no me aportaron.”

Entre  sus  recuerdos  de  La  Bernalesa,  Rosa  conserva  los  recibos  de sueldo. Allí aparece el ítem “premio por  asistencia”.  Le  preguntamos: ¿Eran muy exigentes?
-Un minuto no pasaba nada, hasta diez minutos tarde la primera vez, podías entrar y no perdías el premio. Ahora, la siguiente vez que faltabas, si era medio segundo, perdías toda la asistencia. Y era plata, si sumabas el premio a la asistencia, el premio a la producción, todo eso sumaba al jornal diario que pagaban por hora. Así que lo cuidábamos. Y las mujeres trabajábamos de 6 a 14 y de 14 a 22, una semana de mañana y otra semana de noche. Después, si vos querías hacer horas extras también te pagaban. Cuando entrabas de mañana, entrabas a las 6 hasta las 18 y si no a las 10 hasta las 22. Era de trabajar, no de irte a tomar un cafecito. Y a la mañana tenías la media hora para ir al vestuario, tomar un mate cocido o lo que llevabas, el sanguchito; o fumabas un cigarrillo, si fumabas. Después seguías con la tarea hasta que tocaba la sirena y recién ahí te podías ir a cambiar a las 14. Cuando trabajabas las 12 horas hacías igual pero a las 16 te dejaban tomar algo unos diez minutos.

―¿Cómo  fue  ser  madre  mientras trabajaba?
―Las nenas estaban horas en la guardería y yo podía ir a verlas cada 2 horas porque daban ese permiso pero tampoco podías abusar. Aparte, cada vez que me veía la más chiquita, cuando volvía de nuevo a la sesión de mi trabajo, ella se quedaba llorando. Entonces trataba de no estar tanto tiempo. Patricia era bebé, ella nació con cinco meses de embarazo en 1979. Cuando me reintegré a trabajar ella estuvo en la guardería hasta los 6 meses. Y Romina tenía 4 años, eran chiquitas. Romina decía: “A mí me gusta entrar de noche, a la madrugada”. Porque yo salía a las 4 de mi casa con ellas ya que 5 y 10 pasaba por Calchaquí y Triunvirato (Quilmes Oeste) un micro que nos llevaba directo a la fábrica (Bernal). Si lo perdía, tenía que tomarme el 257 que me dejaba en Rodolfo López y Martín Rodríguez, y caminar con las nenas siete cuadras, y ya llegaba tarde.

―¿Quiénes las cuidaban?
―Ahí las cuidaban niñeras, maestras jardineras, enfermeras, médicos. Entrabas y le tomaban  la  fiebre  y  las  revisaban  todos  los días. Si tenía una línea de fiebre te mandaban a tu casa y no perdías la asistencia, ni el presentismo ni nada, porque te mandaba el médico. Más de 50 chicos, que venían desde los 45 días hasta los 5 años que empezaban la primaria.

―¿Había muchas mujeres?
―Éramos un montón de mujeres en La Bernalesa. Era una ciudad, era como cuando ibas a Tecnópolis en el tiempo de Cristina [Fernández]. Eran más hombres que mujeres pero casi igual. Según la sesión también, porque en tejeduría después empezaron a poner mujeres. Estaban los hombres por las máquinas, por la fuerza. Pero después empezamos a demostrar que las mujeres también podíamos usar una máquina grande.

EL AMOR Y LA FAMILIA
Si bien Rosa es católica, nunca quiso casarse por iglesia. Tuvo dos maridos y su estado civil actual es viuda. Cuando entró a trabajar en Bernalesa tenía tres hijos y se estaba divorciando, porque encontró a su marido con otra. Entonces, le dijo determinante: “Tomá tus ropitas, chau. Puedo seguir con mis hijos sola”. Luego, cuando el amor volvió a tocar su corazón no se cerró pero era consciente de que siendo madre no podía aventurarse en otra relación, necesitaba seguridad. “En Panamérica Plásticos, ahí conocí a mi segundo marido. Un día vino y me dijo: -Quiero salir con vos. -Sí, cómo no. -¿Querés ser mi novia? -Sí, cómo no ¿Pero sabés qué pasa? Tengo tres hijos. Y donde voy, voy con mis tres hijos, de novia no.”
Rosa siempre priorizó el bienestar de sus hijos. Sabía que para darles todo, tenía que trabajar y nunca le faltaron fuerzas para eso. “Después seguí trabajando, mi marido me decía: ‘No trabajes más, quedáte en casa’ pero yo sentía esa responsabilidad porque eran mis hijos y pensaba en el porvenir, por ahí me separo y no tengo un trabajo. Siempre traté de no depender de los demás.”

UN CÁNCER DE MAMA
El 29 de diciembre de 2004, Rosa descubrió que en cualquier momento podía morir. La internaron por la detección de un cáncer de mama. El 30 -la noche que se incendió Cromañón- la operaron. Entre quimioterapia y rayos tuvo 21 sesiones en dos meses y medio. La fuerza y la fe en Dios y en sí misma, que la caracterizan, le permitieron seguir. “Voy a salir, no me haré la cabeza, lucharé hasta donde sea. Y acá estoy”.
Supo desdramatizar la situación: dice que no le teme a la muerte, que ésta también es parte de la vida y que hay que aceptarla si viene. “Recuerdo que cuando me tenía que hacer quimio, mi marido -pobre, que en paz descanse- se me ponía así:
-Ay, negra, te tenés que hacer la quimio… (Lo imita con voz de lamento).
-¡Hombre, me harán a mí, a vos no, dejáte de joder! Y un día la enfermera se olvidó de ponerme una inyección y me desmayé. ¡Ay, para  qué!  Él  se  enteró  y  lo  tuvieron  que internar. Lo que pasa es que me puedo estar muriendo, que no te darás cuenta.”
Desde que supo de la enfermedad hasta hoy, Rosa se dedicó al arte. Encontró en talleres de pinturas, vitral, herrería y folklore las ganas de vivir. En el pasillo de ingreso a su casa aún se encuentran unos respaldos de cama y sillones de hierro que hizo ella. Al entrar, cuadros, pinturas y souvenires decoran las paredes y las puertas de su hogar.
“¿Estoy viviendo hace ya cuántos años de más, gracias a Dios?”, se pregunta y pregunta, como si otro pudiera darle una respuesta, como si el hecho de esta charla no fuera un verdadero milagro… Pero Rosa es una mujer determinada, que a veces no sabe lo que quiere pero sí lo que no quiere. Y mientras despierte en esta tierra cada día, nada ni nadie le quitará la seguridad y la posibilidad de tomar las riendas de su vida.

Fronteras #10

Participan del número 10, correspondiente a julio-diciembre de 2019: Matías Aquino Magariños, Florencia Baliani, Walter Fernández, Yazmín Fleckenstein, Carla Martilotta, Pablo Agustín Moro, Ramiro Núnez, Mariano Orlando, Facundo Pérez, Flavia Retamar, Melanie Rodriguez, Florencia Sosa, Lourdes Valenzuela, Bettina Villalba y Agustina Wroblewski.

Entre las notas de esta nueva edición aparecen: un dossier sobre La Bernalesa mediante historias de vida de protagonistas, una historia gráfica de los 30 años de la UNQ , entrevistas a un masajista, al jefe  de Servicios de Terapia Intensiva de adultos del mejor hospital universitario público de América Latina, a Barbi Recanati, a Tutumba así como una “autora de televisión”. También hay ensayos sobre la gordofobia, la brecha salarial entre varones y mujeres, el ser transgénero en Argentina, una nota sobre cestobol, una crónica sobre el candombe  y una reflexión acerca de la transformación de los hábitos de lectura.

Fronteras es una revista semestral creada en 2014 como práctica pedagógica y experiencia preprofesional de la carrera, que a su vez se proyecta como un producto periodístico regional de calidad. Es desarrollada por el área de Producción Gráfica de la Licenciatura en Comunicación Social dirigida por Leonardo Murolo, con la dirección periodística de Ximena Carreras Doallo y gráfica de Javier Vidal. Ocho cursos de la Licenciatura participan en su realización.

Fronteras #9

Participan del número 9, correspondiente a enero-julio de 2019: Anabella Antonelli , Ezequiel Apesteguía, Agustín Cassano, Vanesa Cordara, Camila Fariña, Maite Fernández, Leonardo Gonzalo, Melisa Lata, Daniela Martinez, Fernando Martini, Viviana Mendoza, Camila Montalván, Lautaro Núñez, Lucía Orellana, Alejandra Roa y Malena Viacava Barbis.

Entre las notas de esta nueva edición aparecen: entrevistas a la escritora y directora de AntiPrincesas Nadia Fink y al cantante lírico Sergio Barrera, a la científica Gabriela González así como a un mítico peluquero de Avellaneda, el Pichi Aloe, también hay ensayos sobre la democracia, el empleo público, el fútbol femenino y el lenguaje inclusivo, crónicas sobre la Educación Sexual Integral  (ESI) y sobre carreras de caballos de La Plata.

Además, en este noveno ejemplar, la historia gráfica gira en torno a mamás luchonas.

Fronteras es una revista semestral creada en 2014 como práctica pedagógica y experiencia preprofesional de la carrera, que a su vez se proyecta como un producto periodístico regional de calidad. Es desarrollada por el área de Producción Gráfica de la Licenciatura en Comunicación Social dirigida por Leonardo Murolo, con la dirección periodística de Ximena Carreras Doallo y gráfica de Javier Vidal. Ocho cursos de la Licenciatura participan en su realización.

Fronteras #8

Participan del número 8, correspondiente a julio-noviembre de 2018: Anabella Antonelli, Matías Baldor, Ayelén Césare, Leonardo Gonzalo, Diego Heredia, Cristian López, Clara López Pereyra, Octavio Maidana, Agustina Belén Sánchez, Bianca Schuh, Agustín Sívori y Florencia Vallone.

Entre las notas de esta nueva edición aparecen: entrevistas a Taty Almeida y a Nahuel Puyaps, el bajista de Sudor Marika así como a las abogadas María del Carmen Verdú y Raquel Hermida Leyenda, también hay ensayos sobre el psicoanálisis, una reflexión sobre la actualidad nacional, un perfil de Hebe de Bonafini y el detrás de escena del programa más antiguo de la TV argentina.

Además en este octavo número, la historia gráfica gira en torno a las sesiones legislativas de debate por la ley de IVE desde las calles porteñas.

Fronteras es una revista semestral creada en 2014 como práctica pedagógica y experiencia preprofesional de la carrera, que a su vez se proyecta como un producto periodístico regional de calidad. Es desarrollada por el área de Producción Gráfica de la Licenciatura en Comunicación Social dirigida por Leonardo Murolo, cuenta con la dirección periodística de Ximena Carreras Doallo y la dirección gráfica de Javier Vidal. Ocho cursos de la Licenciatura participan en su realización.

Fronteras #7

Participan del número 7, correspondiente al semestre enero-junio de 2018: Lara Argañaraz, Camila Cando, Tomás Cardín, Ayelén Césare, Romina D´Agostino, Camila Fariña, Rocío Folgueira, Verónica Gómez, Sofía Guardo, Danila Imbrogno, Magdalena Ivulic, Gabriel Pereira, Florencia Restucci, Facundo Vergara.

Entre las notas de esta nueva edición aparecen: un nuevo pedido de Nunca Más en torno al caso Maldonado, una entrevista al ilustrador Nelson “el vikingo” Luty, una nota sobre la Escuela Técnica Secundaria de la UNQ, que refuerza la relevancia de la educación pública en este contexto. Cuenta con entrevistas a la reina del fantasy y al mozo de la Casa Rosada; también con crónicas sobre cloacas en Avellaneda, moteros y de Catalina “la loba” Lagrange. Además de la historia gráfica y ensayos.

Fronteras es una revista semestral creada en 2014 como práctica pedagógica y experiencia preprofesional de la carrera, que a su vez se proyecta como un producto periodístico regional de calidad. Es desarrollada por el área de Producción Gráfica de la Licenciatura en Comunicación Social con la dirección de Leonardo Murolo, la dirección periodística de Ximena Carreras Doallo y la dirección gráfica de Javier Vidal. Ocho cursos de la Licenciatura participan en su realización.

Fronteras #6

Participan del número 6, correspondiente al semestre julio-diciembre de 2017: Matías Baldor, Camila Batlle, Camila Benítez, Guillermo Hernán Cabrera, María Eugenia  Dichano, Melisa Di Loreto,  Luciana Fernández, Cintia González, Sofía Méndez Lamn, Cinthya López Santiago, Magalí Milazzo, Christian Munch, Antonella Pedemonte, Natalia Piñeiro, Lorena Reyes Araque, Nicolás Rizzo.

Entre las notas de esta nueva edición están: la Villa Argentina y su compleja protección patrimonial; aborto ¿gratis y legal?, una discusión que continúa; la recuperación de la labor de los bomberos voluntarios y las entrevistas al comediante Darío Orsi y a los músicos Yulie Ruth y  Kevin Johansen.

Fronteras es una revista semestral creada en 2014 como práctica pedagógica y experiencia preprofesional de la carrera, que a su vez se proyecta como un producto periodístico regional de calidad. Es desarrollada por el área de Producción Gráfica de la Licenciatura en Comunicación Social con la dirección de Leonardo Murolo, la dirección periodística de Ximena Carreras Doallo y la dirección gráfica de Javier Vidal. Ocho cursos de la Licenciatura participan en su realización.

Fronteras #5

Participan del número 5, correspondiente al semestre enero-junio de 2017: Natalia Alvarado, Matías Baldor, Camila Benitez, Inés Dominicé, Geraldine Durante, Federico Gallo, Martín Gómez, Jesús Madrid, Magalí Milazzo, Lautaro Núñez, Antonella Pedemonte, Vanina Peralta, Julieta Prato, Juan Franco Primo, Celeste Rifai, David Romero, Nicolás Roncoli, Romina Santana Segala, Alfonso Villanueva García y Giuliana Antonella Zocco.

Entre las notas de esta nueva edición están: la plataforma accesible e interactiva Mumuki que se usa en escuelas y universidades para potenciar la enseñanza y el aprendizaje de la programación; la movida de las cervecerías artesanales en Quilmes; la nueva Cuba sin Fidel; entrevistas a la mítica conductora de “Te escucho”, Luisa Delfino y a Rosa Schonfeld de Bru, la madre de Miguel Bru, el estudiante de periodismo asesinado y desaparecido por la Policía en 1993.

Fronteras es una revista semestral creada en 2014 como práctica pedagógica y experiencia preprofesional de la carrera, que a su vez se proyecta como un producto periodístico regional de calidad. Es desarrollada por el área de Producción Gráfica de la Licenciatura en Comunicación Social con la coordinación de Daniel Badenes, Ximena Carreras Doallo y Javier Vidal. Ocho cursos de la Licenciatura participan en su realización.

Fronteras #4

Participan en este número, correspondiente al semestre julio-diciembre de 2016: Bárbara Bilbao, Lucas Boltrino, María Belén Castiglione Luciana Di Bonis, Lucrecia Estrada, Maite Fernández, Naiara Fraga, Mercedes García, Martín Gómez, Pablo González, Manuel Jove, Lucía Lizewski, Carla Molina, Sofía Nicolini Llosa, Federico Pagani, Gonzalo Pérez, Agustín Piermattei, Noelia Piñeiro, Rosana Pucheta, Pedro Pérez Rabasa y Macarena Segura.

La historia de Lulú, la primera niña trans en obtener su DNI; la militancia de Margarita Meira y la Asociación Madres de Constitución; el trabajo del historietista Sergio de Sanctis y del ilustrador Ivanke; el derrotero de un migrante africano que escapó de la guerra civil en su país; son algunos de los temas tratados en los artículos de esta nueva edición.

Fronteras es una revista de carácter semestral creada en 2014 como práctica pedagógica y experiencia preprofesional de la carrera, que a su vez se proyecta como un producto periodístico de calidad para la región. Es desarrollada por el área de Producción Gráfica de la Licenciatura en Comunicación Social con la coordinación de Daniel Badenes, Ximena Carreras Doallo y Javier Vidal. Ocho cursos de la Licenciatura confluyen en su realización.

Fronteras #3

Participan en este número, correspondiente al semestre enero-junio de 2016: Javier Albornoz, Martín Álvarez, Juan Martín Biotti, Sofía Castillón, Ezequiel Contreras, Liliana Del Puerto, Pablo Esteban, Lucrecia Estrada, Ludmila Fernández López, Nicolás Ferrer, Emma González Williams, Micaela Lo Tártaro, Agustín Lucero, Mauro Loricchio, Agustín Piermattei, Juan Franco Primo, Agustina Rivero, Natacha Saez, Macarena Segura y Federico Wimmer.

El trabajo de Lorena Scarafiocca y su fundación contra enfermedades degenerativas como el Huntington; las vivencias de migrantes que quieren traspasar el muro fronterizo que separa a México y Estados Unidos; la experiencia “del otro lado del vidrio” en los locales de pago rápido y una historia de vida vinculada a la Cervecería Quilmes recuperada en fotos, son algunos de los temas tratados en los artículos de esta nueva edición. También hay entrevistas Lele Cristobal, Sebastán Basalo, Elke Karsten y Darío Zstajnszrajber, entre otros trabajos periodísticos, ensayos y notas literarias.

Iniciada en 2014, Fronteras es una revista de carácter semestral pensada como práctica pedagógica y experiencia preprofesional de la carrera, que a su vez se proyecta como un producto periodístico de calidad para la región. Es desarollada por el área de Producción Gráfica de la Licenciatura en Comunicación Social con la coordinación de Daniel Badenes, Ximena Carreras Doallo y Javier Vidal. Ocho cursos de la Licenciatura confluyen en su realización; a los que se suma en esta edición el taller extracurricular sobre “Crónicas y perfiles” dictado por Federico Bianchini el año pasado, donde se gestó uno de los textos publicados.

Edición digital de la Revista Fronteras. Licenciatura en Comunicación Social. Universidad Nacional de Quilmes